«Desgraná» de recuerdos en Cuevas de Cuba

Por martes, 16/septiembre/2014 3 Permalink 2

Reportaje fotográfico de Elías González / Texto de Adolfo Santana.

La familia Suárez revivió en el antiguo poblado troglodita de las Medianías teldenses esta actividad ancestral, hoy casi en desuso.

Angelita ejerce de matriarca de los Suárez Suárez del pago medianero de Los Arenales, aunque casi no se nota. Cuando se reúnen-abuelos, padres, hijos, nietos y allegados-pasan de cien y son amantes de hacerlo para seguir estrechando lazos, no perder de vista de dónde vienen, quiénes son y hacia donde quieren seguir caminando unidos, si bien no juntos, porque la vida los ha ido diseminando y algunos de ellos están radicados en el Sur y Sureste de la Isla, Valsequillo y otros lugares.

Hace unos días se citaron todos en las Cuevas de Cuba, ese maravilloso y casi desconocido poblado troglodita adherido a la especie de espinazo montañoso que delimita el Barranco de Los Cernícalos-o Castillo, por el nombre del conde de la Vega Grande, el dueño de este ecosistema-, desde su nacimiento, a la orilla de la Caldera de los Marteles, de las tres especies de escorrentías que acompañan al Altavagal, por el Sur, descendiendo casi en picado desde el barrio de La Breña. Angelita y los suyos se reunieron en torno a la cosecha, en el fresco patio de una de las viejas casa-cueva, con la desgranadora prestada por el vecino Fermín Mireles, a desgranar unos doscientos kilos de buen millo del país que Jeremías, Juan, Benito, Senén y los demás habían traído hasta allí para la ocasión. estaban casi todos y la fiesta se unió Elías González, reconocido fotógrafo de Telde y persona nacida y criada en ese poblado, y Miguel Ricarte, miembro del Foro Timple Canario y cerebro de la Asociación de Timplistas que se creará próximamente en Canarias.

Con Ricarte con el timple a la zurda, Maricela con el tambor, Kevin con la guitarra y Juan Alexis con otro timple, la tarde, calurosa y serena, se llenó de romances antiguos y propios de «descamisás» y «desgranás» de antaño, en las voces de las hermanas Suárez, Angelita, Reyita, Nieves y Fefa, que no olvidaron las bromas de señalarle novio próximo a la moza que le salía una piña con granos negros.

Mientras las mujeres quitaban las camisa a las piñas y terminaban de arrancar, carozo contra carozo-la forma tradicional de hacerlo cuando no existían estos artilugios mecánicos- los granos que la máquina dejaba, los hombres se ocupaban de ella y de ir recogiendo los carozos y metiéndolos en sacos. En tiempos no tan lejanos eran utilizados para alimentar los «fogares», aunque sólo muy secos y como combustible inicial, ya que hacía falta madera más contundente para mantenerle el pulso al calor de los potajes de nuestros abuelos. También se usaban los carozos molidos, como parte de la alimentación de los animales. La camisas tenían el mismo destino y el millo, una vez aventado y libre de impurezas, era transportado, parte a los molinos, para su conversión en gofio, parte a la orilla de la carretera para que los camiones de Calixto lo llevasen a los mercados, dado que este cultivo constituía, aparte de una garantía de supervivencia en cuanto a la alimentación, un soporte económico para los agricultores cuando la cosecha era abundante. Existían numerosos molinos en el valle, como el de Los Lozano-que todavía existen en la salida de Arenales-, el de Dominguito Sánchez, por debajo del estanque de Los Ríos, ya tirando para El Barrillo y el Molino de Fuego, en pleno  casco histórico de San Gregorio, que terminó siendo el único operativo. Para pagar la molienda al molinero se echaba mano de la «maquila»-parte proporcional del total del gofio que saliera del millo a moler en cada caso-, un trueque respetado por todos y que debía funcionar bien.

Este millo, a diferencia del pajero, que se barbechaba con las papas y no se  regaba, cifrando su desarrollo a la sazón que conservara la tierra del anterior cultivo, era de semilla del país seleccionada-casi siempre de Las Hoyas y Las Vegas-, se plantaba en marzo y se recolectaba en julio. Había que darles las regadas y cuidados correspondientes para que granaran bien las piñas y se compensara un gasto donde se jugaban las pellas y las perras del invierno. Una vez recolectado este millo, se procedía a la ´»descamisá», que algunos todavía confunden con la «desgraná», que es en seco, mientras que en la primera, la camisa de la piña está todavía verde, por lo que los descamisadores no tienen excesivos problemas para amarrarla en dos nudos y dejar una especie de argolla que permite colgar de emparrados y balcones las ristras de piñas para que se sequen, lo que proporciona por sitios estampas increíbles de nuestro paisaje agrícola en verano.

Observando la repetición de un acto incontables veces repetido a lo largo de la historia en estos lugares, uno no puede menos de volver a sorprenderse al confirmar que es las tareas agrícolas donde el español tradicional se convierte casi en otro al ser hablado por nuestra gente en su entorno. Así, los chiquillos abren los ojos asombrados cuando les explican que el millo se dice maíz; que la piña es mazorca; que el gofio es harina de maíz sofrito y que los «chupos», son el pedúnculo de la espiga pegada a la mazorca que la grey infantil buscaba como loca en la descamisadas y desgranadas, aunque ya estuvieran sin jugo.

Juan Suárez, a sus casi setenta y nueve años, es el único habitante fijo que queda en las Cuevas de Cuba, un lugar donde llegaron a existir hasta bien avanzado el pasado siglo, cuarenta y dos casas-cuevas-, una barbería, una tienda,  dos panaderías y toda una actividad diaria-animada por los vecinos de La Breña y Cazadores, que se daban sus saltitos- y que permitía a esta gente vivir cerca del vuelo de los cernícalos, con el valle abajo, ubérrimo, preñado de agua y frutos, salpicado de topónimos, como una bendición de dios. En días como el que reseñamos hoy, a Juan Suárez se le nubla la vista, aprovecha para intentar colocarse bien una boina ya de por sí bien colocada y echa un vistazo a los niños, no sea que resbale alguno en unas taliscas donde él y los suyos, a esas edades, triscaban como las cabras montesas. Con la mente llena de recuerdos ayuda a Angelita, a Reyes y a Nieves a tostar parte del millo, una última fase previa al viaje al molino. El humo viene en su ayuda, difumina su rictus de tristeza y pone cortina gris a un dintel de cueva que parece la entrada a una catedral.

3 comentarios
  • canariodelcampo
    septiembre 16, 2014

    Acepto todo, me gusta todo, es una gloria lo que escribes, pero de verdad, no soy cerebro de nada. ¡Lo juro por lo que sea, Adolfo! Me das el valor que no tengo. Un abrazo

  • Dámaso
    septiembre 16, 2014

    Lo único que tengo claro Adolfo, es la diferencia entre la «descamisá» y la «desgraná», porque eso lo viví con mi abuelo. Y tambien tengo presente lo de las piñas colgadas para que se secarán amarradas por las camisas. Ah, y lo de «mazorca de maíz tostado», es de Manolo Vieira. En fin. Otro retazo para el recuerdo.Pero vuelve a Macondo, vuelve campeón, que ya conozco alguno de los personajes reales que citas y eso es ser medio-protagonista de una parte de la historia. Sigue con la historia, que esto si que es historia de verdad, y no los cuentos que nos endilgan. Saludos, y un fuerte abrazo campeón.

  • Pimpina Herrera
    septiembre 16, 2014

    Saludos desde Carrizal , tardes de reuniones los vecinos de La Plaza con Martin ,Sarito y familia, los Herrera Suarez, los Suárez Lozano, Martin Herrera y otros tantos que 1º descamisábamos y las dejábamos unos días para secar y después empezaba la desgrana, los cuentos ,los cantares, los juegos, así un día tras otro el ultimo día la comilona con cochafisco incluido,( recuerdo ver a mi abuelo haciéndose un cigarro con las camisas de las piñas) también nos reuníamos a pasar los higos mas que nada a pasar el rato, Gracias Adolfo por hacerme vivir tan grato recuerdo.

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