«¡Vayan pagando, que voy a albial!»
En esta década (1960-70) que podríamos denominar como prodigiosa, la Isla se transformó, se rehizo, se reiventó, cambiando su fisonomía y si me apuran hasta sus usos y costumbres. La vida de sus habitantes, el empuje de su pueblo, encarnado en las generaciones medianas y jóvenes, iba a asentarse en el largo corredor costero que hasta apenas una década antes sólo veía la actividad de mísera supervivencia de barqueros y pastores del Conde de la Vega Grande. En el Sur-Sureste, su corredor, el viento, juguetón con tarajales y julagas, convertía el largo pasillo que va desde Las Rosas hasta Juan Grande en un remedo de las viejas calles del Oeste americano en las películas de Gastón Santos. De hecho, por los setenta, el gran Lee Van Cleef, sí, el de «La Muerte tenía un precio», rodó escenas de un western en la hoya que hay en el barrio de Los Espinales, antes Llanos Prieto, en el Cruce de Arinaga, como parte de la cinta total que tuvo como escenario el barranco ahora llamado de Sioux City, donde el mentado y omnipresente condesito-que ya era un pureta que pintaba al óleo- había levantado un poblado indio en una paraje donde un mes antes no iban ni los lagartos. Transformada, esta atracción existe todavía como reclamo turístico.
Con las nuevas construcciones surgiendo como chinches a lo largo del extenso corredor costero, la creciente pujanza del sector turístico, la cada día mayor importancia del Aeropuerto-dos fuentes de empleo que parecían inagotables- y la necesidad de sustituir chozas y cuarterías por viviendas más o menos dignas, la Isla cambió de aspecto y sus habitantes de hábitos y costumbres. Fue algo increíble y muchas de nuestras taras han de explicarse, creo, por el enorme salto que dio en su desarrollo un pueblo que, como he contado en el caso de mi amigo Elías, pasó de bañarse en una acequia, afeitarse a la luz de una vela o de un carburo en su casa-cueva de la cresta del Barranco de Los Cernícalos, a las seis de la tarde, y a las nueve de la noche estar bailando, o así, con una turista sueca en la discoteca La Bamba, en Playa del Inglés, bajo los dardos juguetones de los rayos láser. A ver quién me dirige y amarra esa adaptación cultural. La existencia de la Casa de Postas-felizmente restaurada-en Ingenio, un lugar donde hasta mediados del siglo pasado pernoctaban los arrieros y gentes del pueblo que iban y venían a los mercados de Telde y la capital a vender y autoabastecerse para luego desandar lo andado, y la enorme mole del Templo Ecuménico, levantado en cuatro patadas, apenas década y media más tarde, en pleno centro de Playa del Inglés para atender los cultos de las nuevas tribus invasoras que en vez de espadas blandían divisas, ejemplifican también ese descomunal salto en el tiempo que hizo que las zonas de cumbres quedaran como sedes municipales y parroquiales, con sus cascos históricos casi desiertos y sólo concurridos una vez al mes para las sesiones plenarias y otra al año, cuando las fiestas del patrón o la patrona, cita obligada para que los ya costeros regresaran a la casa del padre.
En este contexto, y como avanzadilla que fue en este forma de desarrollismo a ultranza, pero con un cierto orden urbanístico y hasta sociológico, si queremos mirarlo así, el núcleo de Las Puntillas maduraba e iba colocando a sus peones en el acontecer vital, proporcionando la aparición de los primeros personajes que hoy son historia y siguen en el recuerdo de sus descendientes y vecinos. Alguno de ellos-como Suso El Calabacinero, Abuelo Quico y Pepe Roque- están en las hemerotecas, porque tuvimos tiempo de llevar sus vivencias a las páginas del viejo «Diario de Las Palmas».
El caso de José Perdomo, Pepe Roque, «El Obrero», pues los tres eran uno, merecía un capítulo aparte, como me ha recordado mi entrañable amigo Fao hace apenas unas horas. Por su aspecto, un hombre alto, enteco, con sombrero negro echado siempre hacia la coronilla, sonrisa y broma prestas, eterno jinete de su viejo triciclo con el que desempeñó los más variados oficios, como lechero y repartidor de bombonas de butano, cuando ya las cocinillas de gasolina blanca y los «fogares» fueron desterrados por los nuevos inventos del todavía nuevo Macondo en ciernes, no respondía al tipo del barquero, tribu a la que pertenecía, como Aguedita, su mujer, que parió a su docena de hijos medio caminando y siempre estaba presta en la cocina del bar que «El Obrero» también tenía en el barrio y donde se consumía el pescado más fresco y los calamares más tiernos de la Isla y de España, según decía Roque.
Sus recorridos en triciclo desde Ojos de Garza hasta Las Majoreras y vuelta a Las Puntillas, su trayecto habitual, a través de la C-812, la única vía hacia y desde el Sur por aquellos entonces, ponían en evidencia su tremendo talón de Aquiles, que era conocido por taxistas, camioneros y resto de conductores afines: «El Obrero» le tenía un pánico cerval a las bocinas de los coches. Sabedores de esto, alguno de estos conductores, temerariamente inconscientes, acercaban sus vehículos en plena marcha al jinete del triciclo y le soltaban el bocinazo. Roque soltaba el triciclo y quedaba espatarrado en la cuneta, mientras el gracioso de turno se desternillaba y se iba satisfecho al haber realizado lo que consideraba una gracieta. Lo tremendo fue que esta clase de bromitas las extendieron también al grupo de barqueras que solían ponerse a vender su pescado en una especie de puesto que tenían en Carrizal, frente a la tienda de doña Cándida, al lado de la parada de los piratas. Uno de estos graciosos repetía todos los días simular que les echaba el coche encima a unas mujeres que solo buscaban acabar pronto con las ventas y poder comprar y llevar lo mejor que encontraran-esta era una constante en todas ellas- para sus familias, algunas de las cuales todavía continuaban en Gando, porque la expropiación iba algo lenta, esperando por las nuevas viviendas que se estaban haciendo en Las Puntillas.
Un día maldito, este gracioso, repitió el amago de echarles el coche encima, se equivocó de pedal y aceleró, en vez de frenar. Las mujeres saltaron todas menos una: Isabel, La Galla, que se quedó petrificada de espanto ante la tremenda y mortal estupidez de aquel semoviente. El coche la arrolló y la mató en el acto. La conmoción fue tremenda y el dolor olió durante mucho tiempo a sangre de barquera, sal y mar por la Bahía de Gando y corrió estremecedor por la recién estrenada calle marinera de Las Puntillas. Aunque parezca increíble, algunos de aquellos gilipollas continuaron con sus bromitas de echar a «EL Obrero» y su triciclo a los trastones de la carretera cuando lo veían trajinando con sus cánticos, todos inventados y siempre con destinatarios, y con sus repartos de lecheras o bombonas de butano.
Para anunciar esta últimas, Roque se dirigía a las mujeres diciéndoles:»¿Qué, vecina, hoy no necesitamos leña de la botella pa hacer el potaje»? Poseía una inteligencia natural maravillosa y unas ciertas dotes para el dibujo, lo que paliaba en cierto momento su analfabetismo irredento. En sus varios negocios, sobre todo en el del bar, donde las copas de ron de la Máquina y coñac Terry Malla Blanca, Amarilla, Fundador o Tres Cepas, junto a los botellines de la entonces canaria Tropical, volaban al arrimo de las emocionantes partidas de julepe o subastao, dos juegos al dinero, para los cuales había que poner las perras encima de la mesa, «El Obrero» sabía que tenía que inventar un sistema de contabilidad, sobre todo para controlar los fiados, dado que era consciente de que si cobraba al contado, el ron y las tapas de pescado se los tendrían que tragar él y su familia.
Para evitar pérdidas y discusiones, en una de las paredes del bar, que era apenas una habitación de cuatro por cuatro metros, con un mostrador, un rincón para la mesa de la baraja y otro para el futuro futbolín, «El Obrero» dibujó figuras alegóricas a los clientes morosos y, por ejemplo, a Pepe, el majorero del camión lo simbolizó con un volante; a un vecino suyo, calvo, le puso una peluca; al barbero lo pintó calvo y, así, sucesivamente. Todos se reconocían y aceptaban sus deudas, aunque tardasen más tiempo en pagar del deseado por el artista de la tiza.
Su verdadero aporte al ingenio popular lo significó su manera de explicar las cantidades que le debía cada cliente. Identificados éstos por los dibujos, a continuación venían las cuentas escritas con tiza amarilla, a grandes rasgos, en la pared que estaba a la espalda del expendedor de tapas y bebidas, simbolizadas por un 0 para las pesetas; una X para el duro; 0 cruzado con raya, un duro y X cruzado con raya, cinco duros, más las diferentes combinaciones, con media pesetas y medios duros, que a partir de ahí se podían hacer según las consumiciones de cada cliente.
Cuando los morosos tardaban en pagar, y solía ser a menudo, la dichosa pared parecía un jeroglífico gigante. Cuando ya llegaban los dibujos a la altura del ventanillo por donde Aguedita sacaba las tapas de pescado frito, potas y calamares, «El Obrero» aprovechaba los momentos de máxima concurrencia para gritar a voz en grito:
-«¡Señores, van los tres avisos: jagan el favor de ir pagando que voy a albial el bar y las perras que tengo pa eso son las que están apuntás ahi!»
Unos pocos pagaban desde el día siguiente; otros al final de aquella semana, cuando llegaba la paga de Spantax o perras frescas de la Intercasa y, los menos, se seguían haciendo los locos. Inasequible al desaliento, «El Obrero llegaba a tener las cuatro paredes pintadas de un blanco reluciente, menos las tres o cuatro filas de dibujos y deudas de los morosos más recalcitrantes. Al final pagaba todos y el ciclo se reanudaba cuando la cal fresca estaba tan seca como las tragaderas de sus clientes.
Las Puntillas, antes de terminar de encerrarse sobre sí misma, quiso rendir un homenaje a la memoria de este personaje singular, lleno de ingenio. Incluso la base de su estatua, con el consabido triciclo, está construida a la entrada sur del barrio, al lado de molino de Mariquita Cruz que fue rescatado de la piqueta como símbolo de este núcleo. Es de esperar que se termine este proyecto y se rinda homenaje a uno de los fundadores del barrio, antes de que el tiempo venga a «albial» todos los recuerdos.
agosto 31, 2014
Y ahora el Gobierno quiere con el petroleo, mandar a la mierda todo lo que tanto trabajo costó.
septiembre 2, 2014
Gracias por refrescarnos la memoria con tu buena escritura.
En Septiembre de 1974 estaba yo de servicio en el puesto de Cruz Roja de Playa del Inglés y llego Lee Van Cleef solicitando el toilett. ..
septiembre 12, 2014
¿No estaría por allí Carmelo Ramírez, que con el tiempo llegó a ser alcalde de Santa Lucía?
septiembre 10, 2014
Me he puesto al día , estaba un Pelin rezagada con las vacaciones, pero ya acabo con la X, me apasiona y quiero leer más, una proposición , cuando llega el personaje del barbero de las puntillas?tq mucho padrino