La cabra que se encafenó
La plaga de la cigarra, que asoló los cultivos a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, el auge que iba tomando el turismo en la capital, primero, y después, en el Sur, y sobre todo, y como consecuencia de lo anterior, la necesidad de ampliación de las pistas de Gando, aceleró la aparición de Las Puntillas como barrio, en sus inicios en forma de dos hileras de casas, casi todas de la misma tipología y levantadas sobre solares idénticos, de 260 metros cuadrados cada uno, si algún vecino-que lo hubo- no rapiñaba en el deslinde algunos metros. La distribución hecha por los dueños de los solares-Jiménez y Pulido-, siguiendo un plano general que les hicieron en el Ayuntamiento de Ingenio, marcaba la construcción de esas dos hileras de casas terreras idénticas, asomadas a ambos lados de la C-812, la única carretera general que iba desde la capital al Sur de la Isla y que, andando el tiempo, iba a servir de tumba a muchos descendientes de aquellos aparceros que ahora se trasladaban más al Sur. Al poco tiempo, avanzada la nueva década, y tras el desahucio de los barqueros de la Bahía de Gando-que ya quedó, al menos hasta hoy, para siempre de uso exclusivo de los militares-, se planificó otra hilera de viviendas más cerca de la nueva pista aeroportuaria donde se ubicaron los que iban dejando de oír la eterna sinfonía del mar para ensordecerse con el ruido de las turbinas.
Los munícipes y urbanistas de la época, que por lo visto eran tan listos para estas cosas como los actuales, denominaron a la calle principal, donde mayoritariamente estaban los aparceros, con el nombre de Nicolás Estévanez, que los vecinos suponíamos que sería algún pariente del alcalde, aunque andando el tiempo a uno le satisfizo el nombre y el recuerdo de la persona que lo llevó, y a la calle de los barqueros, le pusieron el nombre de Kant, aunque por aquellos andurriales, dicho sea con respeto, no circuló mucho la razón pura y casi nunca la otra. En el centro quedó una explanada que fue durante años el campo de fútbol del equipillo del barrio, el Doramas FC, un claro precedente de lo que serían luego el Madrid, la Unión Deportiva y el Barcelona, tal era la calidad de su elenco y la magnificencia de su juego, según dejó dicho su eterno presidente, Pepe Roque, «El Obrero», un personaje singular, llenó de ingenio, lechero, dueño de un bar y jinete de un triciclo que hacía las delicias de todos los conductores de Ingenio y Telde, que solían echar de la carretera a «El Obrero», en unas bromitas que habrían de tener fatales consecuencias para algunos de los nuevos habitantes del barrio. En los días de partido, «El Obrero» se paseaba por la ladera que servía de grada e iba despachando vasos de clipper y dropper a los aficionados con el fin de recaudar perras para los equipajes. En la plantilla de aquel Doramas figuraron nombres como Suso, «El Guirre», un porterazo, el central Juan Viera, al que un coronel de la Base Aérea quiso llevarse a probar en el Atlético de Madrid y su hermano «El Dulda», Nicolás, que llegó a ser extremo titular indiscutible de uno de los mejores CD Telde de la historia, con Chicho, Perico Martel, los Cáceres, junto a los también suresteños Sosa, Juan Alonso y Celestino, creo recordar. Del fabuloso plantel del equipo de Pepe Roque destacaba por su original forma de jugar Juan «Tuno», extremo izquierdo que, de no ser por una característica de su juego habría dejado en pañales al mismo Paco Gento: era más rápido que el balón, llegaba antes que el esférico a la portería contraria. Siempre. le gustaba pedir la pelota a gritos, desbordar al lateral y enfilar la portaría como una bala de fuego. Claro que, cuando encaraba al portero, la pelota quedaba diez o veinte metros detrás, en poder de unos laterales que ya le tenían el número cogido y dejaban que se desfogara él sólo, sabedores de que era inofensivo. «El Dulda» tendría ocasión de compartir plantilla con otro hombre que hizo de la velocidad su punto fuerte, Carmelito, un masajista que tuvo la Unión Deportiva Telde y de quien se decía que llegaba antes que el dolor. Los partidos del Doramas con el CD Piletas fueron memorables. El equipo del Sureste, cuyos jugadores venían en una camión de la Comunidad de Quintana como si fueran cajas de tomates, contaban con un central maravilloso, Antonio Jesús, que llegó a jugar en el gran Carrizal y fue taxista en el Cruce de Arinaga y del que terminamos siendo amigos.
La nueva pista y la construcción de torres, alambradas de vigilancia, almacenes y otras edificios que precisaba un aeropuerto que ya iba adquiriendo categoría internacional, dejó a Las Puntillas cerrada por el norte, siendo el límite la finca de don Juan Quevedo, que también contaba con una granja de gallinas, que fue trasladada con el tiempo a Malfú, porque allí, entre el continuo cacareo de las aves y el ruido de los aviones iban a acabar todos locos. Al lado estaban las instalaciones de don Diego Ojeda, con sus almacenes de empaquetados y su gañanía, donde se cuidaban unos toros que servirían para arar unos cultivos que ahora se extendían hacia Malfú, El Alto, La Jurada y La Capellanía, aunque hay que resaltar que muchos de los descendientes de aparceros y barqueros ya olvidaban las ocupaciones tradicionales de sus padres, yéndose trabajar a la zona turística, a la Intercasa, de reciente creación en lo que hoy es el Polígono Industrial entre Las Majoreras y Los Moriscos y a las nuevas compañías que servían en Gando, como la Spantax, que alimentó a medio pueblo hasta que se trasladó definitivamente a Mallorca. Los barqueros que siguieron con el oficio-los Nicolases, que tienen una historia aparte, Juan «Tuno», etcétera-, se radicaron en El Burrero, aunque los primeros contaron con un permiso especial para seguir faenando en la rica Bahía de Gando.
Al nuevo barrio, creciendo y pujante, empezaron a venir nuevos personajes que enriquecerían su anecdotario. Por ejemplo, por allí aparecía con frecuencia Periquito «El Lotero», un personaje increíble que no dejaba indiferente a nadie. Andando el tiempo, uno de sus hijos se convirtió en uno de los mejores periodistas gráficos de Canarias, compañero de tantos trabajos que pueblan la hemeroteca del viejo DIARIO DE LAS PALMAS y con el que hemos recordado muchas veces las aventuras del viejo.
Viniera en los coches de Melián-después Aicasa y más tarde Salcai-Global- o en los piratas de Telde, Periquito la armaba. Por no había cosa ninguna, empezaba llorar a lágrima viva, despertando el interés y la pena de quienes no lo conocían, sobre todo entre las mujeres que trataban de consolar al hombre de lo que parecían infinitas penas.
Si alguna le compraba un número de lotería, por ejemplo el 34.781, Periquito, llorando a lágrima viva, se despedía del trozo de papel como si fuera un hijo que se fuera a la guerra. Si el comprador intentaba devolvérselo, a la vista de la llantina, ésta aumentaba, porque Periquito lo consideraba como un desprecio a su querido 34.781.
Una de sus historietas más famosas, que reflejamos en nuestra obra teatral «Noche de paridas», estrenada en Lomo Magullo por el grupo Tabercorade, en 2013, durante las fiestas de Nuestra Señora de las Nieves, se refiere al caso que le ocurrió a una cabra suya, la cual, en un descuido de su mujer, se comió un paquete de café «Sol» que había dejado en una ventana, de tal manera que, según contaba Periquito, al poco tiempo, el animal, por una teta daba café y, por la otra, leche, cosa que se podía comprobar con ir a los Altos de Moya, donde tenía él los animales.
-Es cosa corruta-decía Periquito a los incrédulos-, ustedes van allí, mi mujer les deja una escudilla y si quieren café solo, se tira de una teta y, ahi está el cafenito; si quieren la leche sola, pues, a la otra teta y ya está…
-¿Y si querían un cortado, Periquito-saltaba siempre alguno, que siempre encontraba la misma respuesta.
-Para los cortados,-les decía-, basta con tirar del rabo, (¡suculum!) y centrar la taza o escudilla, Es facilito…
Para rematar la historia, Periquito contaba que intentó poner un bar-cafetería con cabras encafenás en Telde, pero le cayó encima Sanidad, más que nada por lo de las cagarrutas y el fuerte olor que salía del establecimiento y que no era precisamente de café torrefacto. A Periquito nunca se le fue de la cabeza que la clausura de su negocio se debió a la presión sobre los políticos teldenses de gente como Buenaventura y los dueños del Bar «El Cubano», que no vendieron una taza, aseguraba, mientras duró su negocio de cabras encafenás.
agosto 17, 2014
Estuve en ese estreno de Tabercorade, en 2013 y disfruté con sus actores.
Ahora, primero me hiciste reír y luego me sorprendiste con la cabra.
Pensaba que los cortados se hacían ordeñando de una teta y de la otra a la vez. Para chocolate, el tapón.
Me gusta leerte, hermano. sigue pa´lante….
Un abrazo
agosto 21, 2014
Amigo no le hacia ni le hago yo a usted tan «madurito», pero preciosa historia que como bien dices a maestro florido le serviría para sacarle ese puntito que tiene…..yo recuerdo cuando empezaste a sacar las historias de Florido en cadena ser como elemento de los grupos de teatro del lomo magullo…gracias por estas aportaciones